Es cierto que no podemos trazar la ruta de nuestros hijos. Lo que sí podemos hacer es ayudarlos a que lleven un buen equipaje, lleno de humildad, solidaridad, honestidad, disciplina, gratitud y generosidad. Podemos desear su felicidad, pero no ser felices por ellos. No podemos seguir su travesía, ni ellos descansar en nuestros logros.
Los hijos deben hacerse a la mar desde el puerto donde sus padres llegaron y – como los buques – partir en busca de sus propias conquistas y aventuras con la preparación suficiente para navegar un largo viaje llamado Vida.
¡Cuán difícil es soltar las amarras y dejar zarpar el buque…! Sin embargo, el regalo de amor más grande que puede dar un padre a sus hijos, es la autonomía.
¡Hijos, buen viento y buena mar…!
– AUTOR ANÓNIMO –
No recuerdo donde encontré este texto, pero lo tenía almacenado como publicación pendiente porque su certeza me resulto tan irrefutable como conmovedora a la vez.
Los comparto con ustedes, a sabiendas de que es muy probable que ya lo hubiesen visto en alguna de las múltiples redes sociales existentes.
Como siempre ustedes tienen la mejor opinión…